Salgo temprano a nadar porque me estoy quedando tiesa. Me gustaría que fuera en un mar templado y amable que me esperara a la puerta de casa, o en su defecto en una piscina limpia y solitaria en mi jardín grande y salvaje, pero no, voy a la municipal y soy consciente de lo magnífico que es tener esa posibilidad.
Me da igual cómo voy vestida, voy hecha un asco, heredo los chandal de mis hijos o de cualquiera que me lo proponga porque me parece absurdo gastarse dinero en esa cosa tan fea, tan cómoda y tan útil. Luego lo lamento muchísimo cuando veo a otras señoras monísimas, equipadas a la perfección y entonadas en malva y rosa preferentemente. Pero ya es tarde para mí, de modo que rehuyo el contacto y de ser inevitable opto por el personaje gracioso, la payasa aguda y crítica que quizá algún día hace mucho, mucho tiempo, no fue del todo desagradable. Sin embargo, al salir de hacer ejercicio, sí quiero estar mona y elegantita.
Por un milagro de la química, las dichosas feromonas o no se qué te ponen como una moto y sales que te quieres comer el mundo. Eso complica mucho la intendencia y el equipaje del gimnasio, y yo no estoy para líos. Aborto el desliz vitalista y me concentro en las obligaciones, pero con energía, sin darme pena a mi misma.
Hay que reconducir las cosas positivamente, a ver si por fin producimos algo, que más vale tarde que nunca… pero descubro que tengo un hambre de loba! Y aun no se puede tomar el aperitivo, porque para evitar esa caída, me voy al alba a nadar. Un cafelito con su cruasan sería una justa compensación a mis desvelos. Boicot! Alarma roja!!! Ya está la gorda jodiendo la marrana! A callar, nada de comer hasta las 2.
Ponte tu pañolito de ecoprint de Pécora y siéntete libre… Has vuelto a engañar al monstruo!